El gobierno es culpable de la crisis de desaparecidxs

CIUDAD DE MÉXICO.- Dos días antes de navidad, después de cuatro años y medio de búsqueda, la señora María Dolores Patrón finalmente encontró el cuerpo de su hija. No la tenía el crimen organizado, sino el gobierno. Francisca Mariner Flores Patrón, de 17 años, desapareció en junio de 2020 en Cancún, Quintana Roo. Cancún está en Benito Juárez, el décimo municipio con más homicidios dolosos en el país, respecto a 100 mil habitantes.

Un mes después de que María Dolores reportó la desaparición de su hija, encontraron su cuerpo en la supermanzana 105. Tenía un disparo en la cabeza. Francisca fue llevada al SEMEFO (Servicio Médico Forense), donde permaneció hasta hace unos días.

María Dolores presionó a las autoridades para que le permitieran realizarse pruebas de ADN para confirmar que el cuerpo era el de su hija. Durante los años de incertidumbre fundó la colectiva Madres Buscadoras de QRoo A.C., y encabezó búsquedas y protestas. Fue hasta dos años después de la desaparición de Francisca, en 2022, que le permitieron someterse a una prueba que salió negativa.

Apenas hace unos días, tras hacer la prueba genética con el ADN de su nieta, hija de Francisca, las autoridades confirmaron que el cuerpo que mantenían en resguardo, era el de la adolescente. El 23 de diciembre María Dolores informó que

ya tenía a su hija a quien cuatro años y medio después, finalmente podría dar sepultura.

Este indignante caso, no es el primero del que nos enteramos este año. En julio, Virginia de la Cruz irrumpió en el Congreso de Zacatecas, para reclamar la incompetencia del Servicio Médico Forense. Ella llevaba 8 meses buscando a su hijo, José Alejandro, que resultó permanecía resguardado en las instalaciones del SEMEFO.

Ambos casos nos llevan a una lógica conclusión: la crisis de desaparecidxs en México tiene dos culpables, los criminales y el gobierno. Incluso considerando a ambas partes como entes distintos, aunque sabemos que muchas veces es el mismo estado el que está implicado en las desapariciones, la incompetencia del gobierno sin dudas les mancha como responsables.

¿Cómo es posible que tenemos a madres arriesgando sus vidas buscando a sus hijas, hijos e hijes cuando tantas veces en realidad están bajo custodia del Servicio Médico Forense que no es capaz de identificarles?

La suma actualmente supera los 72 mil cuerpos sin identificar. Precisamente por ese problema en 2022, el expresidente López Obrador ordenó la creación del Centro Nacional de Identificación Humana, petición que se formalizó el 13 de mayo de 2022, a través de una reforma a la Ley General en Materia de Desapariciones. Aunque el Centro se hizo, no opera debidamente.

El sitio de investigación A Donde Van los Desaparecidos, ha documentado cómo ha bajado el número de especialistas que trabajan dentro del centro. Actualmente sólo tienen a 33 que evidentemente no se dan abasto. La Jornada incluso aseguró que la reducción del personal y falta de operatividad evidencian que el Centro Nacional de Identificación Humana está siendo desmantelado.

Parece haber un mayor interés por aparentar solucionar el problema que en realmente atenderlo. No por nada el gobierno reclasificó a miles de personas desaparecidas para borrarlas de los registros iniciales. Más allá de la incompetencia de las autoridades las madres buscadoras tienen que salir desprotegidas a hacer una labor que en un país normal, haría la policía, que no les compete y que las pone en riesgo.

Solo de 2010 a 2024 han asesinado a 21 personas buscadoras. Una más, Lorenza Cano Flores, está desaparecida. A eso hay que sumarle los ataques de las autoridades que las pintan como “opositoras políticas”. Y no solamente estoy hablando de la 4T. No se me olvida, cuando Enrique Alfaro, entonces gobernador de Jalisco, una de las caras principales de Movimiento Ciudadano, la supuesta tercera vía, culpó a madres buscadoras de ser parte de una trampa para asesinar a personal de la fiscalía.

En estas fechas, muchas personas estamos de vacaciones pero las madres buscadoras no descansan. Cada silla vacía en una cena familiar es un recordatorio constante.