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La mala suerte

Carolina Hernández habla en Sin Esdrújulas sobre este modo de vida que es el de “vivir con la sal” o mala suerte desde sus antecedentes históricos hasta psicológicos.

Publicado el

Por: Carolina Hernández

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Hola qué tal, soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas, tu micro mini podcast / ave de mal agüero / favorito y hoy quiero hablarles sobre este modo de vida que es el de “vivir con la sal”.

Salados pues.

Es decir, ese modo de vida de algunos seres sintientes en el que si algo puede salir mal, saldrá mal de las peores maneras.

Ese que nos hace pensar que tenemos una especie de maldito imán para las cosas negativas de la vida.

El mismito modo de vida que incluso nos orilla a pensar que los astros están alineados en nuestra contra o tenemos la luna en saturno.

Pero primero, el dato.

En la antigua Roma, parte del pago que recibían los trabajadores se efectuaba en bolsas de sal (de ahí proviene la palabra salario).

La sal era considerada el oro blanco, de hecho, las primeras vías que trazaron los romanos en Italia fueron para transportar la sal desde salinas arrebatadas a los etruscos.

En un mundo sin refrigeración artificial, era imposible almacenar carne y pescado para el invierno sin ese valioso mineral.

La sal entonces, era un bien tan escaso que tirarla o derramarla era considerado un mal augurio.

También se dice que durante la Última Cena, Judas Iscariote, el apóstol traidor, antes de denunciar a Jesús derramó sin querer la sal al tirar el salero con el codo. La escena está plasmada en el cuadro de La última cena, de Leonardo da Vinci.

Por eso, tirar la sal, echar la sal o estar salado tiene que ver con desgracias, infortunios, hechos funestos y mala suerte.

Yo soy una de esas personas.

Si hay un trámite que ustedes hacen en 1 hora, yo puedo hacerlo en dos días.

Si hay una aguja en un pajar, yo la encontraré porque se enterrará en mi dedo pequeño del pie.

Sin embargo, creer que tenemos mala suerte, también es un truco de la mente para deslindarnos de nuestras acciones y por ende, reacciones.

Y es que, si todo pasa por culpa de la mala fortuna, del karma, de los astros, del destino… ¿qué culpa tengo yo?

Así como el éxito no se consigue solo con buena suerte (o levantarse temprano o echarle ganas o dejar de ser pobre) el fracaso tampoco es culpa de la mala suerte.

Somos personas supersticiosas porque tenemos un deseo irrefrenable de controlar la incertidumbre que provoca lo desconocido y sus posibles peligros.

En 1947, el psicólogo y estudioso del comportamiento Frederick Skinner definió la conducta supersticiosa como aquella en la que el organismo responde como si su respuesta fuera necesaria para la obtención del reforzador.

Y llegó a esa conclusión luego de un peculiar experimento.

Juntó a un grupo de palomas y durante unos minutos cada día, un mecanismo alimentaba a las aves a intervalos regulares de 20 segundos.

Al cabo de un rato, las palomas empezaron a comportarse de manera extraña.

Una, daba vueltas a su jaula en sentido contrario a las manecillas del reloj, otra estiraban el cuello hacia una esquina y algunas más movían repetidamente sus cabezas arriba y abajo.

Las palomas habían decidido creer que esos movimientos tenían que ver con que les llegara el alimento, sin tener en cuenta que éste llegaría sin importar qué hicieran en ese momento.

Skinner argumentó que la conducta supersticiosa es el producto de una “recompensa coincidente”.

Entonces, si la recompensa no llega, seguro es porque estamos salados.

Así es, creer que tenemos mala suerte quizá nos esté convirtiendo en palomas dando vueltas en sentido contrario a las manecillas del reloj.

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